martes, 20 de marzo de 2007

Spinetta Guitarra Negra

la mujer

una mujer
desde otra tarde
salpicada por un profundo espejo.
tirada en el abismo
con sus menstruos carmín
depositados en el limo natural
con la precisión de besos

una damisela realmente celeste
vestidos de espuma dilatados
corsés rosa
adornos y teñidos

una mujer con collares
con ojos manuscritos
con pezones labiales y suaves
con sombreros de pétalos tan claros

una mujer dada a su propio mundo
mundo que la deglute
y que te da los rayos
le da canastos con frutas e hijos
miembros que la deshacen
y la vuelven a hacer nacer
barriletes en azoteas
ligustros blancos

una mujer transportada es un misterio
donde rozan sus pies dialogan flores
y aparecen sangres

el músico
.
acongojado llora
con sus débiles dedos
la furia y el odio
y el lodo
que fue su origen

las cuerdas de su instrumento
como míseros revólveres
o quizá tendones de un dios ebrio
cantan
y es sólo penumbras
el despertar de su hora tardía
y es sólo tiniebla
el entornar pequeño de sus ojos
el músico está allí
donde el dolor no puede confundirse
con los ecos del demonio

el músico es por fin
la tenebrosa ansiedad
de no volverse loco por el tiempo
la vida que no recuerda nada
el antiguo reloj en el que cayeron las lluvias
su soplido fresco rechinar del abismo cae
y su cuerpo de quimera y cárceles
va ensordeciéndose del cielo
y quejándose de la soledad
que pudo por lo menos haber sido incomprensible

y así se materializan
los pensamientos del músico
como cruces que se encuentran
acostadas en el vientre

y locas las guirnaldas del verano
entreabren su pudor
y se escucha el sonido

los locos

los locos corren
por el pasto sin gritos
por la pradera venenosa
y por la piel entre la luna

y los locos giran
sin temor al mareo
de la casa al árbol
de la ayuda al horror

cuando uno de los locos hable
los cuerdos, retozando en la penumbra
oirán el ruido
y verán las verdades

los locos que parecen aprisionados
por la muerte selecta del escándalo
tienen pechos rugosos
y bordeados de lumbre
y los locos lo saben

desde su atónito lenguaje
por intersticios de meninges espectaculares
los locos se precipitan
a paralizar el mundo de la muerte
aunque más no sea
para sentarse a llorar

no hay soles en sus días
y en sus noches
sobreviven los colores de un ojo que no los ha deseado

por eso
y porque la ventosa de fuego
rebalsa de temor
ante la fantasía de los sanos;
el obturador de los locos está presto
como una lanza
y al perforarnos de una vez
con una certera puntada entre la vida y el cielo...
.

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